redactorjosé lópez

miércoles, 31 de agosto de 2011

Despidiendo al boxeador (en memoria de Sergio Arguello)

A las historias desiguales siempre las imaginé en otros sitios, alejadas de donde uno idealiza sus sueños para el resto de la vida. Las pequeñas cosas que vamos edificando, y no hablo de objetos, se reflejan desde el pensamiento simple que traemos de niños, nacidos en el interior de un país encendido a veces malamente, por el afán de crecer a cualquier costo, caiga quien caiga, duela a quien duela. // Una noticia llega de sorpresa, sin que esperemos tenerlas, y menos aquellas que se enquistan odiosas por su desencanto. De esta forma me ha pasado lo que ocurrió con Sergio, sabiendo que estaba retomando su carrera en el arte de los puños, si es que vale el término como tal. Ayer no más me contaron que era un chico con problemas, algo dicho a vuelo de pájaro, subestimando su necesidad y su búsqueda. Siempre pensé y lo sostengo, que en mi ciudad, en mi pueblo ciudad, quienes boxean lo hacen por el beneficio tan completo que acredita este deporte para la salud, deviniendo después la fase competitiva. La mayoría de los chicos que se calzan guantes provienen de hogares comunes, incluso he visto estudiantes subir al ring, o algún comerciante que se dio el gusto, por la curiosidad de probar qué se siente ante el rigor de los golpes. // Los comentarios que nunca faltan, dijeron que Sergio con sus veinticinco años recorría una situación difícil, donde la violencia, lícita entre las cuatro sogas de un cuadrilátero, lo habría estado perturbando en su vida cotidiana. Enterarme de su muerte fue muy extraño y pesado de digerir, por eso escribo tratando de desenrollar lo que no entiendo, que algo así suceda en mi tierra de este tiempo. El pibe que había bajado de peso y en su regreso al boxeo mostró buenas perspectivas futuras, había exhalado su último aliento por una puñalada artera. Dijeron de su paternidad un par de días atrás, y que cuando se dirigía a conocer a su hijo, el acero que lo mató no tuvo misericordia en las manos del asesino. Aún no he sabido las causas reales de este hecho que deja a su familia y a sus amigos sumidos en el dolor. // Recuerdo el festival en el estadio de Unión donde ganó la pelea por el título provincial amateur, subiendo a su compromiso muy débil por un estado febril, y pese a ello cruzarse con su rival duramente, Fabián Parra de Franck, protagonizando un combate muy emotivo. Las fotos de esa noche no me dejan mentir, y ya por este tiempo lindero con su vuelo eterno, regresaba de su ausencia para ser semifondista en el tinglado de Juventud, muy cerca de mi casa. Todas estas fotos están en mi computadora, y también las que le tomé bastante más atrás en los gimnasios donde concurría y acostumbraba encontrarlo. “Estoy yendo a la iglesia evangelista y eso me hace bien” – me había confiado en el descanso de un entrenamiento en calle Moreno. Después lo fotografié luchando para quemar el exceso de kilos de su físico robusto, saltando la soga, doblando la cintura infinidad de veces con durísimos ejercicios, haciendo guantes o machacando la pesada bolsa para cambiar sus músculos y su fibra por el mejor estado atlético. Sus chances eran favorables por ser un pibe aguerrido como tiene que ser un boxeador, con el objetivo de un gladiador saliendo a la arena a jugarse la vida, algo de esto tiene el asunto de los guantes, y en eso estaba Sergio. // No quiero resignar mi creencia por la “razón popular” que pregona de antigua data, casi como si fuera un dogma, “que solo los pobres y los que tienen hambre se hacen boxeadores”. En este instante ni siquiera puedo rebatir con un ejemplo adecuado, esta idiotez instalada como si fuera sacada de la Biblia. Yo le veía pasta de campeón, o al menos con el coraje y las condiciones técnicas para llegar a un plano de los que se llaman importantes. / / Solo veinticinco años y su palmarés será olvidado en el cajón de un escritorio, tal vez con su carné de luchador, donde ya no se asentarán peleas. Tampoco se escribirá su nombre en los carteles de programación, ni el sudor de su cuerpo salpicará el piso del gimnasio. No saldrá envuelto en una bata de colores brillantes, ni ocupará su rincón bajo las luces de un escenario ansioso. Ningún referí levantará su puño triunfador. // Apenas es una tristeza mía, pero me lastimó escuchar en una tira de noticias, como si fuera el mejor cierre para su malograda existencia, una sentencia que podría haberse evitado por piedad, “Sergio Arguello tenía antecedentes”. Entonces maldije las estadísticas que no contemplan las malas reputaciones de los que “aniquilan” con guante blanco, y para quienes la dignidad de un semejante vale dos pesos, y paradojicamente por eso, jamás terminan tirados en la calle, atravesados por el filo de un cuchillo. Rezaré por el y su alma en la pelea que viene, cuando al borde del cuadrilátero de un salón repleto, la campana rompa el silencio del público con sus diez tañidos reglamentarios, tristes cual responso, en señal de reconocimiento y respeto.

(Un texto de José López Romero)

3 comentarios:

SARA dijo...

muy buenas estas lineas.Realmente es muy doloroso y dificil de atravesar este momento para quienes fuimos sus amigos.AMIGO SERGIO,SIEMPRE EN NUESTROS CORAZONES!!!

laura dijo...

estimado Señor López:es increíblemente cierto y sabio lo que expresa en sus líneas,y yo que lo conocí puedo dar fe de ello.nosotros lo miramos desde el corazón,aquel que supo ganarse.No le recuerda este hecho a aquel que hace hoy exactamente 5 años ocurrió en la plaza?El de Cristian Acosta?murió igual que Sergio,defendiéndose con los puños,y también...tenía antecedentes...¿?..y la vida?...Dios dirá y hará...que así sea

ANYU dijo...

Muy buenas palabras...Y muy ciertas...Sergio era una excelente persona...Y mas los que lo conocimos...Sabemos bien lo que era y los sentimientos que tenia....SERGIO...NUNCA NOS VAMOS A OLVIDAR DE VOS ANGELITO!!TE AMO Y SOS TODO!!

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